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Nelly Richard’s Debates críticos en América Latina

Michael J. Lazzara | University of California, Davis

Richard, Nelly ed. Debates críticos en América Latina: 36 números de la Revista de crítica cultural (1990-2008). Volumes 1 and 2. Santiago: Editorial Arcis/ Editorial Cuarto Propio/ Revista de crítica cultural, 2008. 275 pages (vol. 1)/ 253 pages (vol. 2). 14,200 Chilean pesos ($29 US each) paper.

La democracia… es aquello que está por hacerse.

Julio Ortega, Revista de crítica cultural Número 1 

El 9 de enero de 2009 se organizó en el Centro Cultural Palacio de la Moneda, Santiago de Chile, el lanzamiento de los dos primeros volúmenes (de cuatro proyectados) de Debates críticos en América Latina, editados por Nelly Richard. Los libros recopilan algunos de los ensayos, entrevistas e intervenciones claves de la connotada Revista de crítica cultural, proyecto editorial independiente dirigido por Richard que marcó la escena intelectual chilena y latinoamericana de los años 90 y 2000, y que fue un foro fundamental para pensar el momento coyuntural de las postdictaduras conosureñas. Fundada con el retorno a la democracia en 1990, la RCC propuso reunir a un grupo de voces disconformes con los pactos consensuados entre el oficialismo y el neoliberalismo que perfilaban a las transiciones. Dichas voces, provenientes de la escena local chilena y del latinoamericanismo internacional, sobre todo de EE.UU. y Europa, siempre mantuvieron una mirada crítica aguda respecto de las relaciones Norte/Sur, promoviendo a su vez un estimulante debate sobre los nexos entre arte, política, cultura y teoría. Como es evidente en una relectura de sus textos claves, la RCC volvía obsesivamente a ciertos temas y preguntas relevantes a las transiciones: la memoria, la globalización, el neoliberalismo, las prácticas artísticas de (neo)vanguardia, las configuraciones identitarias, la crisis de la universidad ante nuevas constelaciones transdisciplinarias, y la crisis de la izquierda posterior a la “derrota” de los movimientos revolucionarios. En línea con su corpus crítico más amplio, se nota en la revista un deseo por parte de Richard de centrar la mirada en los bordes e intersticios de la cultura, en aquellos espacios “residuales” desde los cuales es posible interrogar al poder y encontrar puntos de fuga que conduzcan a formas de vivir y pensar alternativas y más libres. De ahí que la RCC pueda leerse, en su conjunto, como una puesta en escena de la práctica misma de la crítica cultural, teorizada por Richard en su libro Residuos y metáforas (1998), en el sentido que sus textos pretenden rediseñar las fronteras del conocimiento académico y del saber teórico sin buscar el aval de ninguna institución. Nace el proyecto, como dice Richard en su “Presentación” a los dos volúmenes, de un “deseo de revista”, de una sencilla pasión audaz y un compromiso pleno con la crítica de cualquier lenguaje autoritario—ya sea del oficialismo, ya sea de la oposición tradicional u ortodoxa.

El primer libro abre con un dossier titulado “Autoritarismo, postdictadura y transiciones democráticas”, que recorre diversas geografías (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, EE.UU.) y reúne varios textos escritos casi todos en los tempranos años 90. Parece significativo que Richard decida iniciar el libro con un ensayo de Beatriz Sarlo, “¿Qué cambios trajo para nosotros la democracia?”, que originalmente fue publicado en el primer número de la RCC y que articula una serie de preguntas importantes: ¿Cuál debe ser el papel de los intelectuales en las democracias emergentes?; ¿cómo fomentar alianzas políticas entre los intelectuales y los sectores populares sin alienar a éstos ni tratarlos como meros objetos de estudio?; ¿qué significa ser socialista, o más generalmente, ser de izquierda después de la derrota y en un nuevo contexto político y económico?; ¿cómo y desde qué espacios estimular la creatividad política cuando ésta ha sido limitada por la institucionalización de la política y de los partidos?; ¿es justo decir que la lucha armada fue una “equivocación”?; ¿cuál debe ser el ímpetu de esa lucha para dinamizar el presente? Todas estas preguntas, entre otras, sirven de marco a la RCC, ya que articulan el quehacer de la crítica como una forma de enfrentarse a una crisis multifacética (de identidad, de la izquierda, de la política, del neoliberalismo, de las humanidades, etc.). Está universalmente presente en este primer dossier la idea de que las democracias recientes latinoamericanas son precarias y tentativas, siempre a riesgo de abusos de poder, de nuevos autoritarismos y de la despolitización de lo político. Por lo tanto, advierte Julio Ortega (“Perú: hacia una democracia radical”) que, en vez de servir como fachada que subordine a los pueblos en nombre del capitalismo como ley suprema, la democracia en formación debe tener un “contenido revolucionario” (1:25). Sin embargo, como observa Alberto Moreiras en un ensayo ya “clásico” (“Postdictadura y reforma del pensamiento”), reformar o reformular el pensamiento en tiempos de postdictadura no es para nada fácil dado que el pensamiento mismo está marcado por la depresión, el trauma y el sufrimiento de un duelo “en trance de constituirse como tal” (1:67). Citando a Martín Hopenhayn, Moreiras subraya que “abandonar la imagen de una revolución posible es también una mutación cultural: una peculiar forma de morir” (1:68). Se teme en este y otros ensayos (Avelar, Galende) la pérdida de un sentido de la historia, la pérdida de la memoria y, sobre todo, la pérdida de un horizonte de sentido ligada, por un lado, a las particularidades de la postdictadura y su lógica del mercado y, por otro, a la condición posmoderna y el naufragio de los grandes relatos. ¿Cómo repolitizar la política? ¿Cómo dotarla de un impulso creativo y revolucionario?, serían preguntas-guías para la refundación de las democracias latinoamericanas.

Como se ve en los ensayos de la RCC, la cuestión del lenguaje no es ajena a la batalla por revolucionar la política. Es evidente, por ejemplo, en el ensayo de Adriana Valdés (“Aquello que todavía llamamos cultura”) que se quiere reivindicar a la cultura como algo que importa, como algo no meramente residual y que tiene un poder de cambio. La “cultura”, entonces, sería un campo particular precisamente porque permite explorar zonas no bien asimiladas de la experiencia colectiva, con la meta de lograr una verdadera felicidad (es decir, una felicidad que no sea simplemente funcional ni que esté alineada con los deseos que el mercado genera, una felicidad que se exprese en un vivir democrático, en la tolerancia, en la igualdad, y en un sentido de comunidad solidaria). A veces, como sugiere Valdés, la exploración que permite el campo cultural no rinde nada concreto, nada práctico, nada que “sirva”, y por lo tanto se considera antitética a los discursos funcionalistas de la modernidad. Pero puede ser justamente en los lenguajes tangenciales y alternativos—y ésta es una apuesta de la RCC—en donde podemos vislumbrar la chispa para la transformación política y social. Por otra parte, lo apuntado por Valdés recuerda un debate intenso que ocurrió entre Richard y el sociólogo chileno José Joaquín Brunner en los años 80 respecto de las convergencias y divergencias entre el lenguaje de las ciencias sociales y el de la llamada “escena de avanzada” neovanguardista—un debate largamente ampliamente explorado por Richard en su libro La insubordinación de los signos (1994) y también discutido por Brunner en el presente volumen. Significativamente, notamos en el ensayo de Ticio Escobar (“Cultura y transición democrática en Paraguay”) que el mismo debate estaba ocurriendo una década después en Paraguay. El filósofo paraguayo plantea la idea—productiva a mi parecer—de que ambos lenguajes, el de la crítica cultural y el de las ciencias sociales, deben explorar sus limitaciones propias al igual que sus potencialidades para una alimentación mutua. En vez de debatir, dialogar.

Si la fantasía, la ficción de la democracia es su carácter igualitario e inclusivo, el segundo dossier principal del primer volumen, “Esfera pública, imaginarios sociales y discursos de la otredad”, llama la atención sobre los prejuicios, intolerancias, desigualdades e injusticias que caracterizan a las sociedades en transición, poniendo de relieve el desfase entre discurso público (o massmediático) y cotidianeidad ciudadana. En los textos de esta sección, el concepto del “otro”—el cual comprende categorías como género, raza, clase y etnia—se dinamiza e historiza de acuerdo con las relaciones mutantes entre cuerpos, prácticas e instituciones. También se trabaja en contra de cualquier noción esencialista de la identidad a favor de una mayor complejización de la misma, que rescata la movilidad de las posiciones. La imagen que los textos van entregando de la transición chilena es la de una sociedad que en muchos sentidos todavía sigue bajo vigilancia y en la que prima un conservadurismo moral arrasador (piénsese en los debates en años recientes sobre el aborto y la píldora del día después). Juan Pablo Sutherland, en una entrevista concedida a Nelly Richard (“El movimiento homosexual en Chile”), enmarca este conservadurismo en su dimensión histórica al observar que en el año 54 se aprobó en Chile la ley de estados antisociales, la cual proponía “la instalación de granjas agrícolas donde se llevarían a reclusión a homosexuales, locos, vagabundos y otros indeseables para el poder” (I:190). Años después, cuando recién se consolida el movimiento gay en Chile durante la transición, se nota la gran dificultad que tiene este movimiento para conseguir el respaldo del Estado debido a un temor en ciertos sectores políticos de aparecer públicamente ligados a la causa homosexual. Otros artículos, como el de Nicolás Richard (“El conflicto Ralco: diferencia, valor, mercado”) hablan de las luchas de las naciones mapuche y pehuenche, en la zona del Alto Bío-Bío, ante la construcción de la central hidroeléctrica Ralco (1995), la que desplazaría a estos grupos de sus tierras ancestrales. Se incluyen dos testimonios impactantes de pehuenches de la zona que hablan de sus derechos a la tierra, sus luchas históricas con los huincas (blancos), las divisiones internas de las comunidades indígenas, y el derecho a la autonomía política. Desde la miscroesfera de las naciones indígenas, se aprecia en estos testimonios un espíritu de lucha revolucionaria que parece estar naufragando en la sociedad más amplia. No obstante, este espíritu revolucionario va acompañado por una nota melancólica, como es evidente en el testimonio de Nicolasa Quintremán (“Cuando conocí los alambres de púas se me picó el ojo de mirarlos…”), quien afirma que en muchos casos ENDESA, la empresa energética multinacional, fue más fuerte y logró que los indígenas vendieran sus tierras a la fuerza: “¿Cada día estamos más débiles… ¿Qué más voy a estar esperando? Entrego mi tierra y punto. Voy a esperar mi muerte nomás” (I:228).

El dossier principal del segundo libro, que se llama “Transformaciones universitarias y cruces de disciplinas”, recopila 16 textos cuyo impulso crítico es la democratización de la labor intelectual en un contexto donde la dictadura había reordenado los saberes, legitimando los que fueron afines a su proyecto nacionalista (anti-marxista) y deslegitimando otros. Willy Thayer recuerda un caso emblemático del “golpe” a la universidad al escribir sobre la conversión en 1981 del antiguo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas. Nota Thayer que el disciplinamiento del espacio universitario fue, en el fondo, una respuesta de la dictadura ante las protestas estudiantiles de aquel entonces. Tanto Thayer (“Campus Macul (Pedagógico) 1981-1986”) como Bernardo Subercaseaux (“Pascua en la facultad”) se refieren a las rebeldías de los estudiantes como una forma clave de cuestionamiento del poder no solo en tiempos de dictadura sino también en tiempos democráticos. De ahí que sea sugerente cómo estas insurrecciones minoritarias de los años 80 y 90 dialogan implícitamente con el actual movimiento de los pingüinos y las protestas sobre la reforma educacional que se desenvuelve durante el gobierno de Michelle Bachelet.

El presente dossier también interesa por la presencia en él de una serie de textos influyentes sobre los cruces y divergencias entre estudios culturales, estudios literarios y estudios subalternos. Beatriz Sarlo (“Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativa”) se pregunta por la especificidad de la crítica literaria frente al auge de los estudios culturales. Sin descartar la legitimidad y la gran contribución de los estudios culturales, Sarlo defiende enfáticamente que “los valores estéticos” importan y que estos valores no deben ser desacreditados ni subsumidos dentro de los flujos de “lo cultural” (II:56). El ensayo de Sarlo, como sabemos, sigue alimentando el debate crítico, ya que John Beverley, pensando quizás en este ensayo temprano, recientemente lanzó una crítica aguda contra Sarlo y su libro Tiempo pasado (2007), calificando a ambos dentro de una tendencia “neoconservadora” emergente en la crítica literaria latinoamericana. El mismo Beverley (“Estudios culturales y vocación política”), por su parte, critica a los estudios culturales por asumir que “la nueva etapa del capitalismo es… simplemente la nueva condición de vida, algo inevitable, como tener que beber agua y comer” (II:82). Si bien, como dice, hubo un deseo revolucionario en el momento fundacional de los estudios culturales, Beverley teme que poco ha quedado de ese deseo en la actualidad y que el proyecto de los estudios culturales no promete una real renovación de la izquierda. De ahí que Beverely se refiera al proyecto de los estudios subalternos “como una manera alternativa de articular las preocupaciones de los estudios culturales” (II:79). Por su parte, Mabel Moraña (“El boom del subalterno”) habla con tremenda invectiva contra dicho “boom”—que para ella no es más que un invento teórico de la academia del Norte—señalando los peligros que presenta el concepto de lo subalterno como una categoría que homogeneiza al “otro” y esencializa una realidad compleja y heterogénea. A todo esto se suma la voz de Alberto Moreiras (“Irrupción y conservación en las guerras culturales”) quien anuncia, quizás como respuesta a Sarlo, que “los estudios literarios han perdido su función hegemónica dentro de la producción ideológica del valor social” (II:127). Por lo tanto, para ser nuevamente una fuerza crítica irruptora, la crítica literaria debe abandonar su pretensión de poder incuestionable y aprovechar su lugar “subalterno” como fuente de potencial para un nuevo proyecto contrahegemónico. Según Moreiras, tanto los estudios literarios como los estudios culturales deben dar paso a nuevos proyectos de reflexión crítica aún más radicales: “en este sentido son tan necesarias las polémicas que puedan enfrentar a intelectuales del sur contra intelectuales del norte como las que enfrentan a norte-norte o sur-sur” (II:128).

El cierre del proyecto de la RCC, según Richard, responde al hecho de que un trayecto de años llegó a su fin natural justo en el momento cuando el “deseo de revista” que impulsó al proyecto en primer lugar dejó de sentirse. Es interesante notar que casi simultáneamente se cierra en Argentina la revista Punto de vista, que en ese país jugó también un rol protagónico en los debates sobre transición postdictatorial y que siempre fue una revista “cómplice” con la RCC. ¿Por qué se cierran estas revistas ahora? ¿A qué responde este fin de trayecto? Aunque es difícil atrever una respuesta, la cual sin duda sería multifacética, quedan claras un par de cosas. Primero, es obvio que la RCC logró una de sus metas principales, que fue abrir un verdadero espacio para el debate, la crítica, el pensamiento transdiciplinario y el cuestionamiento de los lenguajes oficiales en un momento en que la dictadura de Pinochet había dejado el pensamiento intervenido a extremos sofocantes. Si se deja de sentir el “deseo” de revista ahora, puede ser precisamente porque aunque siempre habrá urgente necesidad de una crítica verdadera y honesta, las instituciones académicas chilenas—algunas por lo menos—ya están participando plenamente en el rediseño de los saberes y adoptando las estrategias de la crítica cultural como un criterio de trabajo. En ese sentido, la revista jugó un papel clave en revolucionar el espacio intelectual chileno al mismo tiempo que tuvo resonancia bastante más allá de las fronteras nacionales. Una segunda explicación tiene que ver con que la RCC logró dejar planteado un reto que sigue informando nuestro presente. Cuando se observa, por ejemplo, la forma en que los medios de comunicación perfilan a los debates presidenciales en curso, cuando se observan las desigualdades que el neoliberalismo no ha solucionado, cuando se observa cómo la memoria y la justicia siguen siendo temas pendientes, notamos que las preguntas contenidas en la revista son más actuales que nunca, muchas de ellas tan vigentes como lo fueron hace veinte años. Por lo tanto, más que como un material de archivo, urge pensar en estos volúmenes recopilatorios como una crónica de nuestro presente y como una guía para seguirlo interrogando.

Como bien señaló Richard el día del lanzamiento, el cierre de la revista marca un antes y un después. Y es justamente en ese “después” que se espera el esfuerzo de jóvenes y estudiantes que soñarán con nuevos proyectos editoriales, o que quizás ejercerán la crítica adoptando nuevos formatos, estrategias y soportes. En todo caso, lo cierto es que estos nuevos proyectos serán posibles solo porque esta revista se atrevió audazmente a ser. Aplaudo la publicación de estos libros que ahora permiten un acceso mayor a un material valioso y estimulante, una revista que este lector—y supongo que también muchos otros—por cierto echará de menos.


Michael J. Lazarra (Doctorado Princeton University) es profesor asociado de Literatura y Cultura Latinoamericanas en University of California, Davis. Es autor deLuz Arce: después del infierno (Santiago: Cuarto Propio, 2008);Prismas de la memoria: narración y trauma en la transición chilena (Santiago: cuarto Propio, 2007);Chile in Transition: The Poetics and Politics of Memory (Gainesville: University Press of Florida 2006);Diamela Eltit: conversación en Princeton (Princeton: PLAS, 2002);Los años de silencio: conversaciones con narradores chilenos que escribieron bajo dictadura (Santiago: Cuarto Propio, 2002), además de artículos sobre la literatura y la cultura latinoamericanas. Es también co-editor, con Vicky Unruh, deTelling Ruins in Latin America (New York: Palgrave Macmillan, 2009).